Javier Milei en Montevideo, Uruguay, el 6 de diciembre de 2024. Foto Mariana Greif (Reuters).
El presidente argentino
ha logrado construir un poder del que carecía y reducir la inflación, pero sus
éxitos no están afianzados.
La llegada de Javier Milei a la presidencia de la
Argentina ha sido a la vez la consecuencia y el agente de una gran
reconfiguración política. A partir de la segunda mitad de 2020 se fue cursando
una crisis de representación que tuvo manifestaciones muy diversas. La más
significativa fue un estado emocional de desencanto, pérdida de la perspectiva
de futuro, pesimismo, en una mayoría muy amplia de la ciudadanía. Esa
pesadumbre se proyectó sobre el escenario electoral. El Frente de Todos,
nucleado alrededor del kirchnerismo, y Cambiemos, la coalición del Pro, el radicalismo
y la Coalición Cívica, cuya figura más destacada es Mauricio Macri, habían
obtenido en las primarias de 2019 el 90% de los votos. En las de 2023
consiguieron el 50% Esa contracción del 40% del caudal de las dos fuerzas que
habían dominado la escena desde 2007 está en la base del ascenso del nuevo
líder, que consiguió en esas elecciones del año pasado el 30% de las
adhesiones.
Las razones por las cuales Milei atrae a esa franja
del electorado son múltiples. Una es que este excéntrico economista propuso una
explicación tan clara como dogmática de los desbarajustes de la vida material,
expresados en una altísima inflación. Esos desaguisados debían imputarse, según
él, al sobredimensionamiento de un Estado cuyos gastos solo podían solventarse
emitiendo moneda. Detrás de ese razonamiento opera un argumento que siempre
resulta convincente en tiempos inflacionarios: la culpa es de la clase
dirigente, que es la que produce esa hipertrofia del sector público. Milei la
llama “la casta”. El planteo económico consiste, llevado a la política, en una
típica operación populista: interpelar el malhumor social para redirigirlo en
contra de los representantes.
Esta táctica resultó tan eficaz que produjo un
fenómeno rarísimo. Un 30% de la sociedad argentina en la primera vuelta
electoral, y un 56% en la segunda, resolvió, por rechazo a lo conocido, caminar
hacia lo desconocido. En un momento en que la inflación galopaba para superar
el 200% anual, cuando el banco central se había quedado sin reservas y los
bonos de la deuda pública se convertían en basura, los votantes resolvieron
poner el poder en manos de alguien carente de experiencia pública, sin equipo,
sin poder parlamentario y ajeno a cualquier anclaje territorial. Y lo hicieron
no a pesar de esas deficiencias, sino por esas deficiencias.
Es razonable que una escena tan extraña inspirara,
por su misma precariedad, grandes interrogantes sobre su subsistencia. Sin
embargo, el experimento ha sobrevivido doce meses, al cabo de los cuales el
Gobierno ha crecido en solidez. ¿Cuáles son las razones? La más importante es
que Milei identificó con toda claridad cuál era el principal problema
colectivo. Era, y sigue siendo, la inflación. La carrera de los precios
produjo, a lo largo de más de tres lustros, un gran deterioro en los ingresos.
Ese siempre es un problema corrosivo. Pero lo es más en una sociedad como la
argentina, en la que más de la mitad de los trabajadores está instalada en la
informalidad. Es decir, no está al amparo de un sindicato que defienda su
salario de la erosión de la inflación.
Milei abordó este desafío con carácter excluyente.
Optó combatir la inflación con un salvaje ajuste fiscal ejecutado sobre todo a
través de una licuación de las jubilaciones, un recorte en los subsidios
energéticos y un congelamiento de la obra pública. Reforzó esa estrategia
manteniendo el control de cambios heredado del Gobierno de Alberto Fernández.
La aceleración de los precios pasó del 25% mensual que se registró en diciembre
del año pasado al 2,7% que se verificó en octubre. Estos números no solo
indican que Milei cumplió con lo prometido. También impulsan una recomposición
de los ingresos, que beneficia más al que menos tiene. Esa mejora se
complementa por la intervención sobre el mercado de cambios, que permite tener
dominada la cotización oficial por debajo de la inflación.
La otra palanca de Milei es su capacidad de
comunicación. Es un rasgo que apareció muy temprano en su personalidad de líder
y que sigue siendo efectivo desde la plataforma del poder. Desde el Gobierno se
montó una maquinaria de comunicación que produce sin cesar dos resultados. Uno
es la exaltación de la figura del líder con una retórica fanática. El otro, el
hostigamiento sistemático a todo aquel que aparezca como un obstáculo, real o
imaginario, a los objetivos de ese líder. De nuevo, la receta populista.
Una tercera condición que favorece a Milei es el
estupor que embarga al resto de la dirigencia. En especial, de la dirigencia
política que, víctima de un gran fracaso profesional, se internó en un
laberinto de discusiones partidarias casi siempre incomprensibles. No es una
perplejidad ante el nuevo presidente, sino ante la sociedad que lo produjo.
El estado de alteración pública que significa la
investidura de Milei como titular del poder induce a las élites a mantenerse
retraídas. Este clima se refleja en dos síntomas principales. El primero es
que, a pesar de la indigencia parlamentaria de un Gobierno que solo cuenta con
39 diputados sobre 257 y seis senadores sobre 72, el Poder Ejecutivo consiguió
que le aprueben algunas leyes cruciales para avanzar con sus reformas. El
segundo: a pesar de lo angustiante de la situación de los más vulnerables, el
impresionante aparato de movilización social que se mantuvo activo durante las
últimas dos décadas, identificado con el kirchnerismo, desapareció de la
escena, atemorizado porque el Gobierno avance en la investigación de las
extendidas malversaciones a que dio lugar la privatización de la asistencia a
los más pobres. Un repliegue similar se registra en la organización sindical.
En el centro de poder
Sobre la base de estos factores, a partir de
mediados de año se pudo verificar una novedad: Milei se constituyó en un centro
de poder. La inestabilidad que podía presumirse a su llegada se ha ido
despejando. La escena política, que había colapsado, cuenta ahora con un centro
de gravedad. El oficialismo celebra esta fortaleza con un tono épico. Pero la
densidad de este nuevo eje está bajo amenaza.
Una de las fragilidades de este orden incipiente
tiene origen económico. Milei logró retrotraer la inflación a costa de una
enorme recesión. Durante los tres primeros trimestres de su Gobierno el
producto bruto se contrajo seis puntos porcentuales. La industria y la
construcción siguen aletargadas. En la agenda de preocupaciones de la
población, la carrera de los precios está siendo reemplazada por los problemas
del empleo y la pobreza. Existe un aspecto técnico de la cuestión que desvela a
los economistas oficiales: es muy difícil dinamizar la economía con el mercado
cambiario intervenido. Y es bastante fácil que se produzca un reflujo inflacionario
si se libera esa variable. Es el dilema más mortificante para la gestión de
Milei.
¿Estas inquietudes terminarán politizándose? Dicho
de otro modo: ¿achicarán el consenso que Milei conquistó en el combate a la
inflación? El interrogante debe ser puesto en la perspectiva de una
peculiaridad: el presidente tuvo siempre una adhesión más modesta que la de sus
antecesores cuando llegaron al poder; pero esa adhesión ha sido más estable.
La otra fragilidad de Milei es que logró convertirse
en un centro de poder, pero todavía no construyó una ecuación política. Puesto
en otros términos: en la Argentina todavía no está clara la línea divisoria
entre oficialismo y oposición. Entre otras cosas, porque Milei se resiste a
hacer alianzas. Su modo de relacionarse con el resto parece ser el sometimiento
o, para usar un eufemismo, la cooptación. Así se reguló la relación con el Pro
de Macri. El presidente incorporó a su gabinete a Patricia Bullrich, a quien él
había derrotado como candidata presidencial, y la convirtió en la abanderada
del oficialismo frente a eventuales aliados que se resisten a entregarse sin
condiciones. Entre ellos están Macri y una fracción del Pro, los radicales y
algunos peronistas disidentes.
Milei confía en que su éxito es expansivo. No cree
necesario negociar. Con el paso de los meses, él se quedará con el electorado
de esas fuerzas amigables. Esa forma de entender el liderazgo y el poder lo
llevan también a imponer decisiones muy controvertidas. Por ejemplo, el intento
de dominar la Corte Suprema de Justicia promoviendo a Ariel Lijo, un juez
legendario por las acusaciones de corrupción que pesan sobre él. O el ataque
sistemático a la prensa, alentado por la pretensión de establecer un vínculo
con la opinión pública a través de las redes sociales. Esta tendencia al
aislamiento en el ejercicio del poder está siempre en el origen de la
ensoñación de constituir una hegemonía.
Autor: Carlos Pagni – Publicado no Diario El País.